Sí, ya sé que los tiempos gloriosos quedaron atrás. Que antes los alumnos sabían más, eran más listos, que venían mejor preparados. Que se ha bajado el nivel, que ahora para aprobar más que saber sólo hace falta tener un barniz de conocimiento. Que, probablemente, como les da igual lo que les voy a explicar, apenas vendrá nadie a mis clases. Que mejor me olvide de que vengan con los ejercicios hechos. Que ahora los alumnos conjugan mejor el verbo exigir que el estudiar. Que la pregunta más interesante que puedo esperar por su parte es "¿entra esto a examen?". Me lo has contado varias veces.
¿Pero por qué te quedas aquí? ¿Por qué no dejas traslucir un mínimo de ilusión por la enseñanza? Serán mejores o peores alumnos, con más o con menos curiosidad, yo no lo sé. La sociedad, la educación, la juventud ha cambiado. ¿No vamos a cambiar nosotros como profesores? ¿Seremos lo único estático?
Yo tengo claro que, sea lo que sea que venga al primer día de clase, serán mis alumnos. A mi me gusta dar clases. (Aunque dudo mucho que sea un gran profesor). Es a ellos a quienes me dirigo, a quienes intento transmitir algo, trabajar con ellos. El cómo sean, las actitudes y conocimientos que aporten, serán el punto de partida, nunca un obstáculo insalvable. Desde ahí me tocará ponerme a la tarea. Las características de los alumnos que vienen jamás serán una desgracia. Tienen que ser un estímulo, un reto.
Claro que me entristece saber que mi asignatura no le interesa a casi nadie, el descubrir que uno no puede dar por cierto casi ningún conocimiento por supuesto, que a veces se le va a uno el tiempo apuntalando unas bases que creo que deberían estar bien fijadas. Sé que, para la edad que tendrán mis alumnos, mi asignatura pierde por goleada frente a la alternativa de la cafetería o del césped. Ojalá todo pudiera ir mucho más rodado.
Pero, mira, es lo que hay. Y ya está. A partir de aquí, que cada cual tire adelante como pueda. El que se quiera quejar, que se queje. El que quiera deprimir a los demás, que se calle. El que quiera, con ilusión, estrujarse las neuronas para ver cómo montamos las mejores clases posibles para los alumnos que entran por la puerta, que cuente conmigo.
Bien dicho. He oído cientos de veces la cantinela autocompasiva de lo malos que son los alumnos. Y es verdad, pero nunca hablamos de lo malos que somos los profesores.
ResponderEliminarÁnimo para el 2º cuatrimestre...
Dí que sí. Desde mi primer día en la uni con 18 añitos hasta ahora de profe precario me he cruzado con cientos de cínicos y profetas de la derrota. La de tiempo y energías que me habrán hecho perder. Los peores me han parecido siempre los que ni se esforzaban por disimular su desprecio y/o absoluta falta de expectativas hacia sus alumnos. Que además, salvo contadas excepciones, resultaban ser investigadores mediocres (como poco, y reitero, con excepciones).
ResponderEliminarEn fin, que estoy contigo, Topo. A la faena!