Que la gente estudie lo que cree que es su vocación es una buena iniciativa (digo cree, porque con 18 años y habiendo sólo ido al insti es difícil saber tanto de la vida). Luego siempre viene la realidad con las rebajas. Aunque el otro día comentaba que en Austria no había numerus clausus, en la mayoría de los países sí tienen especificado alguna que otra manera de asignar plaza en caso de que la demanda supere a la oferta. En España, quitando un pequeño porcentaje de plazas para mayores de 25 años, ya diplomados/licenciados y situaciones especiales (distrito compartido, etc), la gran mayoría de los alumnos acceden a través de las PAAU (siglas, al parecer, de Pruebas de Acceso a Estudios Universitarios) que junto con los dos cursos de bachillerato da la nota de acceso del estudiante. Las plazas se darán a los que mejor media saquen y la nota de corte será la peor media de entre los que han entrado.
Aunque reconozco que es un sistema simple y claro, además de relativamente justo (para alguna definición de justicia), nunca me ha terminado de gustar. Los problemas que le veo es que no tienen en cuenta la vocación, no permite a los centros diferenciarse unos de otros en la admisión de alumnos y trata por igual asignaturas que tienen mucho que ver con la carrera elegida con otras que poco o nada. En particular, me preocupa la vocación, porque en muchas ámbitos profesionales (¿en cuál no?), no sólo es importante lo que se aprende durante la enseñanza reglada; hay otro tipo de habilidades muy difícil de identificar y evaluar, y todos sabemos que si haces lo que te gusta, mucho mejor.
Un sistema que me gusta mucho es el alemán (y, en parte, suizo, aunque en Suiza sólo se utiliza con carreras de las ciencias de la salud). Se trata de un sistema híbrido, donde un porcentaje entra por media de bachillerato o numerus clausus (al menos un 20%), otro porcentaje por tiempo de espera (al menos otro 20%) y un tercer porcentaje (el resto) viene dado por criterios establecidos por la universidad (generalmente, una combinación de los anteriores más algunos criterios específicos como asignaturas de bachillerato particulares, etc.).
Así, si queremos estudiar medicina en la universidad de Tubinga donde ofrecen 100 plazas, además de tener que aprobar un examen específico para cursar la carrera de medicina bastante complicado (más bien un test de inteligencia, memoria, etc.), y tenemos una nota de 6 (nota española, en Alemania las calificaciones son diferentes), es probable que no entráramos por nota de corte, ya que de todos los que han pedido plaza, haya 20 con una nota superior a la mía.
Otros 20 acceden por tiempo de espera; esto quiere decir que si esperamos cierto tiempo podríamos terminar estudiando lo que queremos; para ello, se toman los estudiantes que llevan más tiempo en la lista de espera; en caso de haber varios con el mismo número de semestres, el que tuviera mejor nota media. Generalmente, el tiempo de espera en las carreras suele ser de unos seis o siete semestres (puede llegar incluso a 10 ó 12 en algunas carreras, el máximo que un estudiante puede esperar son 16). Durante este tiempo de espera no podemos estudiar otra carrera y, como curiosidad, el tiempo dedicado a realizar la mili/SSS o trabajar en el campo de la carrera (como trabajar en un hospital queriendo cursar la carrera de medicina) cuenta doble. Básicamente esta idea del tiempo de espera se puede resumir como "si de verdad te gusta, sabrás esperar" o "las buenas cosas en la vida se hacen esperar". Curiosamente, se da la circunstancia de que después de encontrar unas prácticas en el campo donde en principio querían estudiar, muchos estudiantes cambian de elección de carrera, ya que lo que se han encontrado en el mundo laboral no es ni de cerca lo que se imaginaban en sus fantasías escolares (esto me recuerda a una chica de primero de periodismo que me dijo que ella estudiaba periodismo porque quería trabajar de cámara en carreras ciclistas).
Finalmente, tenemos las plazas de criterios específicos: en general, las universidades suelen ampliar los porcentajes de los que entran por numerus clausus y lista de espera a su antojo, aunque también se tienen en cuenta otros criterios como tests específicos (por ejemplo, para estudiar medicina, como he comentado antes, hay un test de ámbito nacional muy exigente), entrevista personal, preferencia geográfica o un sistema de pesos que considere de manera desigual las notas de bachillerato (así, no ser buen deportista o no tener un buen francés, con perdón, no te privará de estudiar ingeniería electrónica).
Todo esto viene a cuento de que a veces, como le pasa a muchos profesores universitarios, nos da la impresión de que nuestros alumnos ven la universidad como eso que permite retardar la entrada en el (serio) mundo laboral, donde te lo pasas bien, hay muchas fiestas y, en algunas carreras, se trabaja/estudia más bien poco (por decir algo). Tener alumnos que hayan tenido que esperar para estudiar lo que querían, que cuentan con experiencia laboral en el campo (muchos de ellos para acortar el tiempo de espera) y que están en un grado de madurez diferente creo que podría ser positivo... aunque también es verdad que nos exigirían más a los profesores y que Bolonia no va por allí, pero eso es otra historia.
¡¡Menudo faenón!! Alumnos con ansias de aprender que exijan buenas clases... en este país, al menos, sería una locura. Excepto que rodasen las cabezas de muchos catedráticos.
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