miércoles, septiembre 19, 2007

Jóvenes y vacío

Tenía este texto guardado desde hace tiempo:
El peligro de ser catalogados como alarmistas muchas veces nos lleva al silencio. La ideología oficial es la de que vivimos ‘en el mejor de los mundos posibles’ y cualquier análisis que se aleje de esto es censurado. Se nos tolerará criticar la programación de la televisión o la calidad de la carne de ternera, pero no lo que llegue a las bases de la sociedad actual.

Creo que esta es una actitud rayano con la ceguera. Hay cientos de realidades que no son lo que deberían ser y, algunas de ellas, con un nivel de deterioro suficiente como para preocuparse de lo que nos espera. Y, si algo hay vinculado a lo que habrá de venir, eso es la juventud. En un tiempo en el que parece que todos tenemos que ser jóvenes y bellos, voy a atreverme a tratar de iluminar las zonas oscuras de esta generación que para algunos es el culmen de lo deseable.

Anticipo ya algunas críticas y las comento de antemano, para quedar con el camino libre para exponer mis comentarios. Muchos dirán que no tiene sentido hablar de ‘los jóvenes’, puesto que dentro de ellos hay tal heterogeneidad que imposibilita hablar de ellos como colectivo. Sería el mismo razonamiento que nos dejaría sin poder hablar del modo de ser español, negando algunas características de nuestro temperamento, o que negaría que el pueblo alemán tiende a ser más organizado que el de los países mediterráneos. Yo me apoyaré en lo que considero un sustrato común entre toda la generación que en estos momentos ronda los dieciocho años.

Lo peor que se puede decir que un colectivo es que ha optado de un modo deliberado por hacer de su vida algo mediocre y plano. Y, salvo honrosas excepciones, creo que esta opción por dejarse caer por la existencia sin profundizar es la que han asumido gran parte de los jóvenes.

Vivir no es sencillo. Rectifico, vivir con intensidad no es sencillo. La vida ofrece mucho, pero da poco a quienes no van a por ello. Nuestros jóvenes son ‘la generación del zumo en brik’, que prescinden del esfuerzo de sacar el jugo por sí mismos, satisfechos con las migajas de vida que a las que se accede sin esfuerzo.

Son una generación en equilibrio. Han conseguido apenas tener que dar nada y ser receptores sin esfuerzo. No nos engañemos: si no se van de casa no es por problemas económicos, sino porque están como reyes y reinas. No lo tienen todo. Ojalá, porque de ser así no hablaría de una generación interiormente vacía. Les falta dar contenido a su vida, algo que les haga ir más allá del placer y la rutina, placer rutinario, como para ellos es el sexo, y rutina que no consiguen hacer placentera Por ejemplo, no entienden el encanto de la escuela y la universidad, de la formación.

Hay quien cree que poder votar a quién se echa de la casa de ‘Gran Hermano’ es el culmen del ocio. Igualmente ellos creen que el camino repetido desde su casa al instituto o la universidad entre semana y, en los viernes y sábados, desde su casa al parque de moda, es ya lo máximo que le pueden pedir a su vida. Son como autómatas, como si los sueños de la ciencia ficción se hubieran materializado: comen, andan, conversan, sonríen, bromean, pero no hay nada más allá.

El ser humano crece por la tensión. Esta prosperidad de los bolsillos en la que estamos ahora se ha convertido para ellos en pobreza de los espíritus. Educamos a personas en la paz de nuestras casa para lanzarlos, aunque nos quisiéramos negar, a la violencia soterrada que es la vida adulta. Será una transición abrupta y que deberán hacer sin armas. Pasar de que sus necesidades se colmen con la velocidad que tardan en atenderte en un ‘fast-food’ a tenerse que manejar por ellos solos.

No son agentes de su propia vida. Para ellos, la libertad es como elegir un menú en un Burguer: no hay patatas, pues se piden unos aros de cebolla y no pasa nada. Las problemas se solucionan por evitación. Sus limitaciones y las limitaciones del mundo no les plantean la duda de que pueden hacer ante ello, sino que lo asumen como algo dado. Si por ellos fuera, la tuberculosis seguiría siendo una enfermedad sin tratamiento hoy día, ya que la verían como una realidad a asumir, no a afrontar.

Un autómata, por limitaciones en su construcción, no conoce más allá del corto plazo. El sistema se estructura en la forma ‘entrada-salida’. Pasa algo, respondo a ello. Tengo hambre, voy a la nevera. Me apetece sexo, voy a un local donde sé que es posible encontrarlo. Así las cosas, la idea de proyecto de vida o sueños e ilusiones que conformen una vida son tan extrañas como para un pigmeo la posibilidad de ir a la Luna. Su mente no está articulada como para que pueda entrar algo que llegue tan allá.

Al que se le da todo no se le puede negar nada. La realidad es dura y, sobre todo, existe al margen de nuestros deseos. Podríamos querer con intensidad que los objetos cayeran hacia arriba, pero no lo conseguiríamos. Las leyes de la vida son ajenas a nuestra voluntad. ¿Cuáles serán los sentimientos y reacciones que despertará en un joven el comprobar algo así? Se harán o jabalíes o avestruces: reaccionaran como el animal herido que ataca o como el que trata de negar lo que acontece. La escasa, nula tolerancia a la frustración es un signo que marca a esta generación.

El vacío pasa factura. La presunta felicidad recurrente termina por convertirse en tedio. Entonces viene el problema de llenar los huecos y cómo hacerlo. Pueden optar por llenarse de ruido. El ruido de la música y de las fiestas ya lo han probado. El de las drogas no les es ajeno. Pueden intentarlo con el ruido de los valores y, algunos, de la religiosidad. Hay jóvenes-globos que recorren las calles con el pecho lleno de orgullo, lleno de helio, que les hace subir y estar vacíos a la vez. Se les llenará la boca de palabras que escucharon de otros. Se harán solidarios y utópicos de café, que blablablean sin cambiar ellos.

O puede que quieren engañarse haciendo significativo lo que no es nada. No poder estudiar una carrera se convertirá en una tragedia porque era lo más parecido que tenían a una decisión sobre sus vidas. Un amor roto será un dolor porque era de lo poco que hacía que se corazón latiera con un poco más de sentido que el que da la mera supervivencia. O se perderán en hacer puenting, tocar la guitarra, mil cosas que los hagan entretenerse y creerse llenos.

No es rabia lo que siento por esta generación. En todo caso, culpabilidad por no haber sido capaz, en la parte que me correspondía, de ofrecerlas una vida que haga justicia a su nombre. Una Vida con mayúsculas. Porque también los mejillones están vivos, enganchados en su roca. Pero el ser hombre, el ser mujer, es mucho más. Y siento dolor porque les quiero, porque son muchos años trabajando con jóvenes y viendo como se pierden a lo único que les va a acompañar todo su vida, a sí mismos.

Ignacio Pardeza

5 comentarios:

  1. La verdad es que el texto es demoledor y mi limitada experiencia me lleva a pensar que tiene razón.

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  2. El artículo es interesante, pero no tengo tan claro que se pueda aplicar sólo a los jóvenes. ¿Cuánta gente piensa que la vida es sólo el fútbol, la decoración, el coche y los niños?

    Lo que realmente me fascina es la siguiente frase introductoria:

    >El peligro de ser catalogados como
    >alarmistas muchas veces nos lleva al
    >silencio. La ideología oficial es la
    >de que vivimos ‘en el mejor de los
    >mundos posibles’ y cualquier
    >análisis que se aleje de esto es
    >censurado.

    Y me fascina porque la conclusión del artículo es que las presuntas dificultades de los jóvenes (resumidas en la inseguridad laboral en cualquier nivel de formación, vivienda por las nubes y falta de perspectivas) o bien son inventadas o bien se las merecen por vagos.

    Es decir, la conclusión es precisamente conservadora, optimista y pro-sistema: los jóvenes tienen lo que se merecen.

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  3. Me ha gustado el artículo.
    Los jóvenes somos a la vez víctimas (por LOGSES y Loes etc.) pero también responsables de nuestra situación.
    He llegado a pensar cosas aprecidas sobre mi generación, pero al final llego a la conclusión que cada uno elige el camino que quiere, y tiene que aceptar las consecuencias responsablemente. Vamos, que a veces los adultos se compadecen demasiado de los jóvenes, en vez de responsabilizarlos por lo que hacen. Al final llego a la conlusión que la gente e ngeneral tiene lo que se merece: por no interesarse, por no educarse a sí mismo, por estar contra todo sin conocer las causas de los hechos que les desagradan.
    Creo que ese pasotismo y la ley del minimo esfuerzo estriban de nuestro sistema politico, que es demasiado intervencionista. La iniciativa propia no encuentra un camino en él...
    Hoy las personas se contradicen tanto... por una aprte, "cuando yo era joven todo era más difícil que hoy para ti, que te lo dan todo hecho" pero por otra, los padres miman materialmente (que no es causa ni consecuencia del mimo afectuoso o psicologico para mí)
    mucho a sus famélicas legiones socialistoides con telefonos moviles, ordenador y camara digital.
    ...

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  4. Una de las afirmaciones con las que estoy de acuerdo es estos jóvenes no afrontan la realidad, sino que la aceptan. Es muy común oírles decir que algo "es" así, cuando en esta vida muy poco es, sino que está, alguien(es) lo ha puesto así, y alguien(es) puede cambiarlo. En ese sentido, son premedievales.

    Pero no creo que ellos sean así, sino que alguien(es) también los ha hecho así. Todos comparten una generación de padres y un sistema educativo...

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  5. Impresionante. ¿Quién es este Pardeza?

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