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Piense, piense, que quizá tiene trampa.
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¿Se iría usted a la universidad A? Parecía la mejor opción. Sin embargo, usted se encuentra en una clase con 100 alumnos. Algo no le cuadra, porque ninguno de sus amigos matriculados en la universidad B está en una clase con más de 70 personas. Intrigado, procede a encuestar a los estudiantes de ambas universidades, preguntándoles cuántos alumnos son por aula y, sorprendentemente, ¡encuentra que en la universidad B son menos!
Aquí tiene unos datos que darían lugar a lo que estamos hablando (universidades pequeñas, con sólo tres clases).
Y hasta acá, un medio clásico en la docencia de la estadística¹, con el que se ilustra que la media no es un concepto tan tonto como parece y que nuestros estadísticos sólo tienen sentido si recogen realmente lo que queremos medir.
De esta idea me acordaba ayer al leer La Vanguardia (en papel) La nueva universidad catalana, una columna firmada por Ferrer (rector de la UAB) y Geli (rectora de la UdG), en representación de la Asociación Catalana de Universidades Públicas. Ahí cuentan cómo la universidad catalana se aproxima cada vez más a ser la encarnación de todos los bienes, si bien reclaman más atención y ayuda de todos. En el primer párrafo escriben:
El tamaño medio de los grupos de clase es hoy de una treintena de estudiantes, y un porcentaje superior al 30% de las clases se lleva a cabo en grupos reducidos, inferior a 25 estudiantes.
Para que vean que hasta las frases más sencillas pueden tener trampa.
¹ Pueden leer, por ejemplo:
Lann, A., & Falk, R. (2005). A closer look at a relatively neglected mean. Teaching Statistics, 27, 76–80.
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