Tanto tiempo centrado en algo tan específico, con la vista puesta en mejorar mi currículum (=publicar), me ha llevado a adolecer de ciertas lagunas en temas relevantes de mi área de conocimiento. Es lo que tiene la parcelización del saber. La ilusión de dar clases (¡por fin!, llevaba años deseándolo), de guiar, animar, orientar, acompañar a estudiantes en el camino del aprendizaje, al mismo que se evalúan y acreditan sus capacidades, ha hecho que me ponga las pilas y vaya cubriendo mis carencias. Una gran claridad de conocimientos es requisito indispensable para una buena docencia.
Siempre me ha gustado la educación. Desde canijo. He tenido la oportunidad de ser durante años educador en ámbitos no formales, dentro del movimiento Scout. En la Universidad, apenas nada. Disfrutar de una beca de Formación de Profesorado Universitario no implica, en modo alguno, que uno vaya a pisar el aula. Por tanto, algo de experiencia tengo, si bien en un ámbito distinto al de la educación formal.
Ahora bien, creo que la diferencia entre un profesor universitario y un monitor de tiempo libre se va diluyendo con el paso del tiempo. La educación supone un camino compartido entre docente y discentes. En el pasado, en la universidad, los alumnos mostraban una mayor aceptación a ciegas del trazado que les marcaba el profesor. Los estudiantes asumían que las tareas planteadas por el docente eran oportunas para su aprendizaje. Ahora, creo, ya no es así. La confianza no está ganada de antemano. Por poner un ejemplo, un profesor no puede esperar de sus alumnos que se lean cinco libros, si únicamente plantea la tarea en estos términos. Puede que anteriormente esto sí que funcionara: "Os leéis esto" y se lo leían. "Dado que confiamos en el profesor y capacidad, aceptamos que la conveniencia de la tarea asignada", parecía el razonamiento de los estudiantes. Los cambios culturales han llevado a que los alumnos de ahora sólo asuman como propias aquellas tarean justificadas y entroncadas con sus motivaciones vitales y de aprendizaje. Como en un grupo de tiempo libre: cuando es posible la deserción (y es posible porque para eso es tiempo libre), resulta necesaria la compatibilización de objetivos y ritmos entre educador-educando.
Muchas asignaturas plantean respuestas a preguntas que ningún alumno jamás se planteó. Por eso creo que una parte muy importante del éxito de una asignatura viene de la justificación de la relevancia de la misma. Especialmente, para aquellos profesores de áreas que no gozan, precisamente, del favor popular, como es el caso de la Estadística en casi todas las carreras. Por eso llevo tiempo dándole vueltas a cómo hacer ver a futuros alumnos que la Estadística es algo más que un mal necesario.
Una parte importante de esta reflexión la hacía entre párrafo y párrafo del libro "Lo que hacen los mejores profesores universitarios", de Ken Bain, editado por Publicaciones de la Universidad de Valencia. Reseñas y comentarios del mismo pueden leerse aquí, aquí y aquí. Ha sido para mí un libro sugerente. Mezcla algunos ejemplos de prácticas docentes de éxito y visiones de la enseñanza de profesores valorados como excelentes con una aproximación teórica a la base de una docencia excepcional. A mí el libro me ha llevado a, cada poco tiempo, cerrarlo y plantearme qué podía tener que ver lo leído con lo que yo entiendo por dar clases, lo que podría significar para mi futura práctica docente... Para mí, al menos, el mérito no es lo que dice el libro, sino las reflexiones que me ha generado.
Dejo un par de extractos (páginas 124 y 64), por si a alguien le pueden resultar de provecho:
Una sencilla pero profunda percepción guía la experiencia del aprendizaje crítico natural: las personas tienden a aprender más efectivamente (de forma que les influye duradera, sustencial y positivamente en su manera de actuar, pensar o sentir) cuando: 1) intantan resolver problemas (intelectuales, físicos, artísticos, prácticos o abstractos) que consideran intrigantes, atractivos o importantes; 2) son capaces de hacerlo en un entorno que los desafía, pero que les da apoyo, y en el que sienten que tienen el control sobre su propia educación; 3) pueden trabajar en colaboración con otros estudiantes para superar los problemas; 4) creen que su trabajo está considerado justa y honestamente; y 5) pueden probar, fallar y recibir retroalimentación de estudiantes con más experiencia antes e independientemente de cualquier juicio sobre sus esfuerzos.
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Los mejores educadores pensaban en la docencia como cualquier cosa capaz de ayudar y animar a los estudiantes a aprender. Enseñar es atraer a los estudiantes, diseñando cuidadosamente un entorno en el que ellos aprendan. Igualmente importante, pensaban en la creación de ese entorno de aprendizaje exitoso como en un acto intelectual (o artístico) serio y de importancia, quizás incluso como una especie de asunto eriduto que exigía la atención de las mejores mentes de la academia. Para nuestros sujetos, esa erudición estaba centrada en cuatro preguntas principales: 1) ¿Qué deberían ser capaces de hacer intecual, físoco o emocionalmente mis alumnos como resultado de su aprendizaje?, 2) ¿Cómo puedo ayudarlos y animarlos de la mejor manera para que desarrollen esas habilidades y los hábitos mentales y emocionales para utilizarlas?, 3) ¿Cómo podemos mis estudiantes y yo entender mejor la naturaleza, la calidad y el progreso de su aprendizaje?, y 4) ¿Cómo puedo evaluar mis intentos de fomentar ese aprendizaje?
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