Dar clases en la universidad
Ana Laura Cabezuelo Arenas
Profesora Titular de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla
La conveniencia de que el alumno se implique en el proceso educativo adoptando un papel activo y de que sea guiado por el profesor, según las previsiones del Plan de Bolonia o de los "pedagogos progres" a los que alude este profesor, constituye hoy por hoy una quimera. En primer lugar, el alumno tiene el absurdo convencimiento de que matricularse en una facultad y abonar las tasas correspondientes le convierte en acreedor indiscutible a un título, al margen del esfuerzo o la dedicación. Sin el menor pudor, el alumno confiesa que ha estudiado por apuntes facilitados por terceros con los que otros aprobaron "años atrás" y que no ha consultado manual alguno. Si ya resulta desolador que un universitario se cuestione el primer día de clase si "debe consultar un manual", la situación se torna especialmente preocupante cuando pretenden aprobar con unas notas elaboradas por otros que se refieren a leyes que ya constituyen Historia. Otra modalidad la representa el alumno que muestra un examen nefasto pero pretende aprobar "por haber venido a clase", ocupando físicamente un asiento, sin más. No se trata de pasar por la universidad, sino de hacer que la universidad pase por nosotros.
Dado el creciente clima de violencia y agresividad que ha hecho presa en las enseñanzas medias españolas, comprenderemos que el profesor haya de soportar, a veces inerme, la insolencia cuando no la falta de respeto o la provocación, de quien se cree en posesión de todos los derechos, pero no está dispuesto a efectuar un mínimo esfuerzo en el cumplimiento de su deber. La agresividad crece por momentos. Vamos recibiendo, aunque en silencio y poco a poco, la herencia de los institutos. Desde alumnos que dan dos palmadas violentamente en la mesa del profesor, hasta quienes proponen a un funcionario con el mayor descaro que en el Acta Oficial haga constar conscientemente una falsedad en su provecho, haciendo figurar como no presentado a quien realmente ha sido suspendido. Primero al profesor se le hablaba de usted, luego de tú en plan colega, y ahora parece el alumno entiende que debemos ser instrumentos al servicio de sus fines, aunque no sean legítimos.
El resto de la columna de opinión puede leerse aquí. Merece la pena.
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