miércoles, mayo 17, 2006

Las limitaciones acarrean mayores limitaciones

Una introducción y unas conclusiones educativas:

1- La introducción:

Para poder montar una farmacia no hace falta únicamente un local, dinero y empeño. Lo más importante es tener la licencia para poderla abrir. Por razones que se me escapan, se considera que la libertad de empresa no permitiría la satisfacción de las necesidades farmacéuticas de la ciudadanía. Ahora bien, el farmacéutico tiene libertad de elección a la hora de decidir si quiere o no vender ciertos productos. Un farmacéutico puede optar por no sumistrar, por ejemplo, métodos anticonceptivos.

Muchos verán como contradictorio que un servicio cuya licencia ha sido concedida por la administración pueda no suministrar todos los productos que los consumidores pueda desear. Por tanto, muchos exigirán que la administración defina un catálogo mínimo de productos de obligado cumplimiento. Dicho de otro modo, se pedirá que se restringa la libertad del farmacéutico para decidir lo que quiere vender.

Otra alternativa sería permitir que, quien quiera montar una farmacia, la abra. De este modo, si alguien no quiere vender anticonceptivos, y existe una alta demanda hacia ellos, estará dejando sin capturar unos beneficios que irán para quien se quiera hacer con ellos. Quien decidiera no vender los bienes deseados por los consumidores estaría abriendo la puerta para que, a su lado, se abriera un competidor. Éste, además de poder ofrecer lo mismo que el que ya estaba instalado, sumará a sus productos los anticonceptivos. Como, pasada una etapa de asentamiento del negocio, es probable que gane más dinero que el primero que puso la farmacia, ya que vende un producto demandado, podrá mejorar el servicio, abaratar su oferta... desbancar al competidor que no quiso vender anticonceptivos.

Dos son, pues, las posibles vías. Una pasa de una restricción en la libertad (farmacias bajo concesión) a otra restricción (catálogo de productos obligatorios). La otra vía empieza por la libertad de empresa y, a través de la libertad de compra de los consumidores, conlleva que la farmacia que crece es la que mejor atiende las demandas de los cuidadanos.

2- Las conclusiones educativas

En casi todos los ámbitos de intervención estatal pueden ponerse ejemplos similares, en los que a una restricción tengan que seguirle (o sean demandadas) otras. Lo mismo puede decirse en el caso de los colegios o las universidades.

Imaginemos que escolarizamos a nuestro hijo en el colegio público de la esquina. Ahí es donde nos toca llevarlo por los puntos que nos tocan por renta, hijos en el centro, distancia, etc. Ahí imparte clases un profesor profundamente X y que lo manifestase a las claras en el aula (aplícase cualquier ideología contraria a la nuestra). Para unos, lo malo sería un profesor religioso, para otros ateo; comunista versus liberal; las posibilidades son múltiples. Es probable que nuestro deseo como padres fuese una continuidad educativa entre la familia y el colegio. No alegra saber que los valores en los que uno, como padre, intenta educar están siendo erosionados por un profesor que cobra su sueldo gracias a los impuestos. (Y no entro en métodos pedagógicos, que también es una posible vía de discrepancia).

En un escenario así, es probable que yo intentase promover una restricción sobre los valores que se pueden explicitar en el aula. Buscaríamos una ética social que todos compartiésemos que es lo único que se permitiría por parte del profesor. Esta ética social, por su misma naturaleza, será de un calado menor que la mía propia, como padre, o la del profesor. De este modo, resultaría imposible que yo pudiera conseguir un centro de ideario afín al mío, o que el profesor pudiera dar clases según él quiere.

Tal y como están las cosas ahora, hay dos restricciones de partida que no se dan en el caso de un colegio privado: 1) yo no puedo llevar a mi hijo al colegio que quiera; 2) mi malestar con la línea de un profesor es trivial para la administración educativa. En una situación de competencia entre centros y de posible no renovación de contratos para profesores yo podría optar por aquel colegio que mejor conviniera a mis intereses. En el caso de que el colegio no fuera lo que prometía, yo podría sacar mi hijo del centro, con el perjuicio económico que eso significaría. Un profesor podría encontrar, con mayor facilidad, un colegio en el que educar según sus preferencias sin que eso supusiera fricciones con padres. Ni padres ni profesores se verían en el necesidad de educar conforme a una ética de mínimos.

Cuando rompe restricciones, los resultados finales mejoran para todos.

3 comentarios:

  1. Topo, ten mucho cuidado, que te estás convirtiendo en un "hijo del sistema capitalista".

    ResponderEliminar
  2. ¿Y porqué no coger lo bueno del capitalismo? Yo quiero poder elegir colegio para mis hijos y no tener que llevarlo a uno donde la educación es pésima sólo porque es el que me toca. Que los colegios compitan por dar mejor educación y ganaremos todos.

    ResponderEliminar
  3. Precisamente esa es mi idea: que compitiendo por conseguir alumnos, que son los que llevan el dinero a un centro, es como mejora la calidad. No la calidad tal y como la evalúe una comisión, sino la calidad tal y como la decidan los padres, que son quienes pagan.

    El problema de competir es que eso lleva apareja introducir varianza: no toda la oferta es igual. Y eso, a muchos, les suena fatal para el campo de la educación.

    ResponderEliminar