jueves, octubre 25, 2007

De héroes y cobardes

Imagino que muchos de ustedes ya estarán al tanto de la agresión a una chica ecuatoriana por parte de un joven español, quien la zarandeó y pateó mientras hablaba tranquilamente por el móvil. El hecho fue grabado por la cámara de seguridad de los Ferrocarriles, vídeo que al que pueden acceder desde Youtube.

En esas imágenes se ve a otro joven, quien permanece inactivo a lo largo de todo el incidente. Muchos se han lanzado a criticar al espectador inactivo, marcándolo como cobarde. Obviamente, quien censura sin matices es porque considera que él habría hecho otra cosa, que habría salido en defensa de la agredida, se habría enfrentado.

A la hora de valorar la conducta de quien no actuó, olvidan o no se han enterado de otro hecho que ha sido noticia también recientemente, que viene a marcar los riesgos de dar la cara. Uno puede acabar dando algo más que la cara.
Muere en Valencia un hombre que fue golpeado por el novio de una chica a la que defendió. (El Periódico, 24/10/07).
Pero, más importante, creo que ignoran algunos aspectos básicos sobre el comportamiento humano que, a lo largo de los últimos años, los psicólogos han intentado explicar. Tendré que tirar hacia atrás casi 70 años para contextualizar la historia.

La Segunda Guerra Mundial, con sus muertos y dolor, cambió el mundo en los planos geopolíticos y económicos. También dejó preguntas por responder de tal magnitud que, durante años, condicionaron la reflexión de filósofos y pensadores sociales. ¿Cómo era posible que el Holocausto judío hubiera contado con cientos de colaboradores y tolerado por miles de ciudadanos? Eran dudas que no apuntaban precisamente al lado más luminoso del ser humano.

Los trabajos de Stanley Milgram, psicólogo de origen judío, se originan en ese contexto. Investigadores previos habían mostrado ya la facilidad con la que nos plegamos ante las opiniones verbales de otros. En algunos de los más célebres experimentos de Solomon Asch se pedía a los participantes que indicaran cuál, de entre tres líneas, era más larga. Cuando la gente respondía a solas, la tasa de acierto era muy próxima al cien por cien. Lo interesante venía cuando la tarea se hacía en grupo. Sentados en círculo, cada persona tenía que ir dando su respuesta. Todo el grupo, menos uno, eran colaboradores del experimentador. Tras unas cuantas tareas en las que todos acertaban, cambiaba la dinámica. Los colaboradores empezaban a dar respuestas obviamente erróneas. En muchos casos, el participante en el experimento también respondía lo mismo los colaboradores. Se mostraba, así, es fácil propagar los errores, o bien porque es sencillo hacernos dudar de nuestras ideas, o bien que es sencillo que digamos lo que queremos por amoldarnos.

Milgram consideraba estos experimentos como insuficientes para explicar lo ocurrido en los campos de concentración. El salto entre decir la línea que no es y gasear a una persona es enorme. Él quería ver si esa conformidad ante opiniones ajenas se manifestaría también cuando nuestra conducta podía tener consecuencias más importantes.

Para ello, pensó el que es uno de los experimentos psicológicos más famosos. Con anuncios en el periódico, buscó voluntarios, interesados en sacarse unos dólares y participar en una tarea sobre, supuestamente, aprendizaje. Los voluntarios llegaban a una sala donde se encontraban con el experimentador y otro voluntario. Éste, en realidad, era un colaborador, a quien se le daba el papel de aprendiz. El participante tenía que irle leyendo unas palabras y verificar si el aprendiz era capaz de repetirlas. Cuando fallaba, tenía que bajar unos conmutadores que, según la hacía creer, servían para aplicarle descargas eléctricas al aprendiz. Se mostraba claramente el rango de intensidades de las descargas: desde 15 hasta 450 voltios. La intensidad iba subiendo de 15 en 15 voltios. A partir de una cierta severidad de la corriente, el actor-aprendiz empezaba a gritar de dolor. Más adelante, rogaba que se detuvieran las descargas. Finalmente, callaba. La única tarea del experimentador era irle indicando al participante, sin agresividad verbal alguna, que la falta de respuesta era un error o que se atuviera al procedimiento descrito. Contrariamente a lo que había anticipado expertos psicólogos y psiquiatras antes de que se realizara el experimento, quienes llegaron hasta la descarga máxima no fueron la excepción, sino más de la mitad de los voluntarios.

Algunos han querido explicar estos resultados recurriendo a que los participantes sabían que no iba a pasar nada, que intuían que aquello no era real. Un vistazo al vídeo que filmó Milgram o una lectura a las declaraciones a los periódicos de algunos voluntarios sirve para ver no se lo estaban tomando precisamente como un juego.

Milgram mostró cómo todos somos cobardes hasta que no se demuestre lo contrario. Nadie puede decir de ese agua no beberé o ese conmutador no bajaré... o ante esa agresión me rebelaré.

5 comentarios:

  1. Creo que has hecho un interesante esfuerzo por llevar el análisis más allá de los tópicos, y cuentas muy bien los experimentos de Asch y Milgram, pero dudo que lo que se mostraba en esos experimentos sea lo relevante para este caso.

    Aquí no estamos ante un sujeto que, por obediencia a la autoridad o por sometimiento al grupo, abandona lo que deberían ser sus normas morales. El energúmeno que pateó a la chica lo hizo simplemente porque era un energúmeno y la chica estaba indefensa, no creo que haya ningún efecto psicológico digno de mención más allá de lo preocupante que resulta que esta gentuza prolifere (y ahí entramos en que si la familia, que si la sociedad, que si la ESO...) pero son otro tipo de consideraciones, creo.

    En cuanto a la tan criticada figura del espectador inactivo, estoy totalmente de acuerdo contigo. Yo he tenido algún incidente en el Cercanías y se me han quitado las ganas de intervenir.

    Con lo que parece que podríamos asociar a ese espectador es con (precisamente) el "efecto espectador" o "efecto Genovese". Pero creo que ni siquiera: aquí no había muchos mirones. Lo que hay es simplemente miedo.

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  2. Con mi comentario no pretendía aportar explicación alguna a la conducta del agresor. Me centraba en la del espectador pasivo, quien ha sido criticado por bloggers, vecinos y presidentas de Comunidades Autónomas.

    Desde luego, no es una situación de conformidad ni de obediencia. Es, imagino, simple miedo. Recurría a estos clásicos de la psicología social para señalar cómo, a veces, somos pésimos pronosticadores de nuestra propia conducta. Los participantes de los experimentos pensaban, antes de pasar por ellos, que ellos no se dejarían arrastrar tan fácilmente. Pero muchos cayeron en la 'trampa' tendida por el experimentador. Somos malos pronosticadores de nuestra conducta en situaciones que se salen de lo común e infravaloramos el peso de las situaciones para determinar nuestros actos.

    Así las cosas, si alguien tiene claras estas lecciones, ¿podrá ser tan categórico en la censura hacia quien vio y no hizo nada?

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  3. te dejo otro análisis en esa línea?(seguro lo conocés) el de Zimbardo en Stanford.

    Lo más impresionante, por lo menos para mí, es que los "prisioneros" ni siquiera se rebelaran, o abandonaran el experimento.

    Es decir, si 3/4 partes de los sometidos ni siquiera intentaron rebelarse o irse -aún cuando podían hacerlo-, ¿qué le podemos pedir a un tercero que sólo es parte del problema como testigo?

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  4. Muy buen post.
    En el experimento de Milgram los cobayas se rebelaban contra la orden cuando no estaban aislados, sino en pareja. En la interacción aparecía la moralidad (por eso Beauvois o Bauman hablan de sociología de la moralidad, y no de psicología). Que el espectador de la agresión se sintiese aislado, y no formando parte de una comunidad de valores compartidos capaz de movilizarse contra el agresor, nos dice mucho de nuestra sociedad (y,por varias experiencias de primera mano, creo que el caso se puede generalizar)

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  5. Juanpablo, el experimento de Zimbardo es otro de los clásicos de la Psicología Social. Recientemente, el autor ha publico 'El efecto Lucifer', donde detalla lo ocurrido en la cárcel de Stanford y pretende conectar sus resultados con hechos actuales, como Abu Ghraib.

    Los experimentos de Milgram y Zimbardo comparten otra característica: es muy probable que, hoy día, no superaran los filtros de las comisiones de ética en la investigación.

    Dgplcs, comentas cómo la probabilidad de desobediencia (de acción, podríamos generalizar) se incrementa al pasar de uno a dos participantes. Este resultado contrasta con el obtenido en los también famosos experimentos de Latané y Darley. El contexto histórico de los mismos lo marca el caso comentado por Pseudódopo: el asesinato de Kitty Genovese. Kitty fue asesinada cuando volvía de noche a su casa. Quienes pudieron escuchar o ver algo desde las ventanas de sus apartamentos apenas hicieron nada. Es muy probable que los periódicos de la época sobredimensionaran la pasividad de los testigos.

    Latane y Darley diseñaron experimentos en los que evaluaban la reacción de los participantes ante el humo que iba entrando en la sala donde se encontraban. Cuando los participantes se encontraban a solas, la mayor parte de ellos daban aviso del incidente, actuaban. Cuantas más personas compinchadas con los experimentadores se encontraban en la sala, que según el guión que había recibido se mantenían inactivas, , menor era la probabilidad de acción.

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